I
Hernando León, nacido en 1933 en Yungay, Región del Ñuble, es un personaje singular en nuestro medio artístico. Motivado por su voluntad –y también en contra de ella– se convirtió en un artista viajero, errante no obstante que deja huella, que lega su visión del mundo y del arte en los lugares a los que arriba. Llega a un país, a una ciudad, a un territorio y lo conoce, lo experimenta, se funde con él y a propósito crea una serie de grabados; o una serie de murales; o una serie de escenografías; o un programa de estudios revolucionario incluso para una capital del arte como es Dresde; o funda un museo.
No es casualidad, entonces, que esa condición nómade en la que ha devenido su vida se haya trasladado a su trabajo artístico. –No por nada es un convencido de que la distinción entre arte y vida es más bien borrosa–. A lo largo de su trayectoria, Hernando León desarrolló procedimentalmente una obra híbrida entre lo pictórico y lo gráfico, que asimismo se concibe mixta en términos poéticos: es a la vez mitológica y terrenal, es decir, nos podemos reconocer en ella a través de lo simbólico, de lo trascendente, como también mediante lo concreto de la geografía y las diversas fisonomías del territorio. Quizás sea esa la misión a la cual nuestro artista se ha encomendado todos estos años: recordarnos que no existe realmente una diferencia entre lo terreno y lo espiritual, sino más bien son las dos caras de la misma moneda, pues es mediante lo uno que se accede a lo otro y viceversa.
II
Como muchos artistas chilenos formados en la mitad del siglo XX, Hernando León tuvo la oportunidad de iniciar su enseñanza cursando aún la educación secundaria, gracias al programa de Cursos de Verano de la Universidad de Chile. Todavía en Quinto de Humanidades en un liceo de Chillán, León estudió con el artista de la vanguardia argentina Emilio Pettoruti (1891 – 1971), el que, además de proveerle de los primeros rudimentos en el área de la composición, lo llevó a comprender la “seriedad” del trabajo artístico. ¿En qué radica esa seriedad? Posiblemente en una de las premisas fundamentales del arte moderno: entender que el arte no tiene por finalidad el mero retrato de la vida, sino que su función primordial es analizar el mundo, convertirse en una vía para aproximarse estética pero también críticamente a eso que llamamos realidad –lo que incluye, por supuesto, al mismo arte–. Las enseñanzas de Pettoruti significaron la piedra fundacional para la perspectiva analítica en el arte de León, así como también, por otra parte, fue quien le transmitió la importancia de volver a la patria a aportar al desarrollo cultural del país.
Luego de ese primer contacto con el arte, decidió trasladarse a Santiago y estudiar Pedagogía en Artes Plásticas y Pintura Mural en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Chile, entre los años 1952 y 1958. En este período ocurrió una anécdota que anticipa y delinea su caprichosa personalidad artística: debido a iniciales complicaciones económicas, solicitó que lo eximieran de las seis horas semanales de taller de Dibujo y de las seis horas semanales de Pintura, para sólo rendir los exámenes finales. Además, pidió a la Facultad que le consiguiera un trabajo para poder financiar sus estudios. Así, muy tempranamente, se convirtió en profesor de Artes Plásticas en un colegio particular de la capital; la primera experiencia de una carrera docente que extendió por décadas.
Continuando con la anécdota, veintisiete años más tarde León se encontró con el artista chileno Ramón Vergara Grez (1923 – 2012), padre de la abstracción geométrica local y aquel que debió haber sido su profesor de Dibujo, pero que el yungaíno evadió. A pesar de que el maestro jamás olvidó tamaña “ofensa”, ambos artistas cultivaron una importante amistad.
Cursando la Pedagogía en Artes, León se interesó por la filosofía y la psicología en cuanto herramientas fundamentales para la creación artística. En este campo, el yungaíno reconoce la enorme influencia del filósofo, poeta, escritor y Decano de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Chile, Luis Oyarzún Peña (1920 – 1972), con quien profundizó la noción analítica en su trabajo tanto en asuntos formales como en los simbólicos, mediante los cuales formulará ulteriormente el vínculo con el paisaje local.
Otra personalidad que contribuyó a definir el pensamiento de Hernando León en términos antropológicos y estéticos fue el poeta, investigador, fundador y director del Museo de Arte Popular Americano (MAPA), Tomás Lago (1903 – 1975). Lago dirigió el MAPA entre los años 1944 y 1968, y en 1951 creó el curso de Arte Popular en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Chile. En ese contexto, León, junto a un grupo de estudiantes de la Facultad, tuvo la posibilidad viajar en 1954 a Perú y Bolivia para estudiar la artesanía local; y en 1956, otra experiencia semejante lo llevó de vuelta a Chillán para estudiar, bajo la dirección de Lago, la alfarería de Quinchamalí.
Sin lugar a duda, más allá de la formación eminentemente técnico-artística, la influencia de Oyarzún y Lago fue fundamental en la mentalidad de Hernando León. El contacto con estos dos pensadores nutrió y amplió su repertorio de inquietudes respecto de lo humano, de la geografía, del habitar tanto física y cotidianamente como de las formas que tenemos los seres humanos para dialogar simbólicamente con el territorio. En una frase: gracias a esos maestros, León desarrolló una marcada perspectiva antropológica no sólo rastreable en su labor artística sino también en la pedagógica.
De vuelta a Santiago, la visión y compromiso de Luis Oyarzún no dejó de potenciar su formación. Gracias a la gestión del mencionado decano, la Universidad de Chile financió los costos de traslado para que estudiantes seleccionados realizaran cursos de perfeccionamiento en Checoslovaquia y la República Democrática Alemana. León fue seleccionado para el primer destino, pero lo intercambió con la artista Dolores Walker (1931) y así estudió en Alemania entre los años 1958 y 1961. Si bien la estadía en este país era más corta que en Checoslovaquia, su sacrificio se vio gratificado pues tuvo la posibilidad de estudiar en la Escuela Superior de Artes de Dresde y ser alumno de Hans Theo Richter (1902 – 1969), maestro del dibujo y la litografía, y de Gottfried Bammes (1920 – 2007), referente fundamental en la enseñanza de la anatomía artística. Si con Bammes perfeccionó su dibujo analítico, con Richter aprendió las técnicas de grabado tradicional, tránsito esencial para la reflexión sobre el concepto de lo impreso y las posibilidades del lenguaje gráfico en oposición o en diálogo con lo pictórico.
Curiosamente, a León no le interesó el asunto de la reproducción y la edición propias del grabado en cuanto medio artesanal para la masificación de la imagen. Quizás esta es una de las características más intensamente definitorias de su arte: concibe la obra impresa siempre como un soporte susceptible de ser intervenido. Vale decir que, mientras una estampa es para un grabador la huella inmaculada del correcto proceso de impresión y edición que fija imperecederamente una imagen, para Hernando León, por el contrario, es un momento más en la historia de esta entidad mutable que es la obra. Así, la estampa deviene cuerpo vivo que eventualmente reclamará su reactivación a través de la intervención ya sea gráfica o pictórica pero siempre expresiva y subjetiva.
III
En Alemania se especializó en la gráfica como herramienta técnico-reflexiva para el arte. En esta área, León desarrolló variantes para la monotipia y la serigrafía, evadiendo al mismo tiempo la edición (exigencia tradicional de la disciplina) para invadir la estampa con dibujo y pintura; intervenciones pictóricas sobre impreso que terminan convirtiendo el lenguaje gráfico en pictórico. También en Alemania, además de profesionalizar aún más su práctica artística, conoció a Margarita Pellegrin (1940 – 2016), artista grabadora alemana-italiana y su esposa desde 1964.
A su regreso al país, concluyó sus estudios de pintura mural en la Universidad de Chile y, al poco tiempo, una vez más partió al sur, ya que la Universidad Austral de Valdivia lo contrató como profesor de Dibujo y Didáctica, labor que ejerció entre 1962 y 1963. Pero en el sur no sólo se dedicó a la docencia. En 1962 viajó a Chiloé y ahí realizó la serie de grabados homónima en la que, a través del retrato cotidiano de la fauna, de lo humano y de la mitología chilota, tuvo la posibilidad de plasmar sus aprendizajes en Alemania y delinear su gráfica tan reconocible.
Como ya ha quedado claro en estas líneas, el viaje es uno de los motivos de vida para Hernando León, por tanto no es de extrañar que su estancia en Valdivia haya sido breve. En 1964 ingresó al Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile, sede Antofagasta, como docente en artes. No es desmedido afirmar que en estas tierras norteñas y bajo el alero de la mencionada universidad, León experimentaría los años más productivos de su carrera artística, al menos en nuestro país. En Antofagasta enseñó, creó, investigó, expuso, estableció lazos interdisciplinares y, por supuesto como tantos otros, atestiguó el derrumbe de todos sus esfuerzos profesionales como consecuencia del descalabro político institucional provocado por el golpe militar de 1973. En ese sentido, podríamos decir que el desierto de Atacama le dio la noción de amplitud, tanto en la concepción y ejecución de su obra como en la toma de conciencia de esa incertidumbre constitutiva de la vida.
En el contexto universitario, presentó un proyecto para estudiar la artesanía popular del Norte Grande, coincidiendo con intereses del Departamento de Arqueología de la Universidad de Chile en Antofagasta; es decir, comprender el territorio, el paisaje, conocer la cultura prehispánica, reconocerse en el pasado. Así, continuando con el legado de sus maestros Luis Oyarzún y Tomás Lago, realizó viajes de estudio con sus estudiantes a Perú y Bolivia para llevar a cabo dichos objetivos.
En esta época además comenzaron los nombramientos. En 1969, León fue elegido Vicepresidente de la Comisión Nacional de Planificación de Enseñanza Artística de la Universidad de Chile; al año siguiente fue nombrado Profesor de Primera Categoría del recién fundado Departamento de Arte y Artífices de la misma casa de estudios; y en 1972, tras la reforma universitaria, fue electo Director de la Sección Artes Plásticas de la Universidad de Chile sede Antofagasta.
Al alero de la universidad, Hernando León convirtió a Antofagasta en un centro primordial para el arte gráfico de la época, esfuerzo semejante al de Carlos Hermosilla en Viña del Mar (1905 – 1991), de Marco Bontá (1899 – 1974) y Nemesio Antúnez (1918 – 1993) en Santiago, y de Julio Escámez (1925 – 2015) en Concepción. Pero no lo hizo solo. A su lado estuvo Margarita Pellegrin en los talleres de gráfica y en los cursos de teoría del diseño. Así como también el artista, grabador y escenógrafo Guillermo Deisler (1940 – 1995) que en 1967 se trasladó desde la capital a Antofagasta, se integró como profesor de grabado en el Departamento de Arte, y continuó en el norte con Ediciones Mimbre, proyecto artístico editorial fundamental en torno a una noción más experimental para el grabado y piedra angular para el desarrollo del arte postal en Chile.
IV
Tras el golpe militar de 1973, Hernando León fue exonerado de la universidad junto con el 50% de la planta docente de la Sección de Artes Plásticas. Luego de una estancia en prisión tuvo que ir al exilio en Lima, Perú, para luego autoexiliarse en su conocida Dresde.
Pese a lo traumático de la experiencia de la exoneración, la prisión y el exilio, es preciso señalar que León en Dresde comenzaría una nueva etapa de floreciente creación artística; ya no marcada por la amplitud y el rigor del desierto sino por la melancólica quietud del río Elba. Antes de esbozar sus años en Alemania no podemos dejar de apuntar que su breve estadía en Perú no fue estéril en términos artísticos. En 1974 realizó una serie de grabados destinados a ilustrar la publicación titulada Serpientes, poemas del chileno también exiliado en Lima, Omar Lara (1941 – 2021).
Ya instalado en Alemania junto a su familia, León prontamente fue contratado como docente en el Departamento de Grabado y Pintura de aquella institución que lo había formado en el pasado, la Escuela Superior de Bellas Artes de Dresde. Allí ideó el Taller Experimental de Morfología Plástica, instancia multidisciplinar en la que se realizaban cruces entre literatura, música, danza, teatro y las artes plásticas, y que dictó por dieciocho años. Y no sólo dirigido a estudiantes de bellas artes sino también a estudiantes de arquitectura, e incluso interesados externos a la Escuela, alemanes y extranjeros. Antecedente que insiste en un asunto fundamental: la integración de las artes, esa siempre fue y ha sido la voluntad de Hernando León en todo ámbito de desarrollo.
A propósito, también impartió clases en el Departamento de Escenografía de la Escuela durante tres a cuatro años, inculcando en sus estudiantes la importancia autoral del diseño escenográfico. Lo que a la postre justificó su desvinculación de este Departamento –no obstante continuó en Gráfica y Pintura–, debido a que los alumnos comenzaron a derivar hacia las artes visuales antes que a la escenografía. Anécdota tragicómica en la trayectoria docente del yungaíno, pero que por sobre todo da cuenta del grado de influencia en las mentes más jóvenes que vivenciaron sus estrategias pedagógicas y su compromiso con la creación artística como modelo de vida.
En Dresde, además de su labor académica, realizó escenografías para teatro y obras performáticas, pintó murales, expuso en diversas galerías y trasladó sus inquietudes artísticas hacia un nuevo soporte: el cine de animación. En este ámbito, su interés se dirigió a la imagen en movimiento a partir de la cual nuestro artista reflexiona sobre lo humano motivado por las diversas pasiones del alma, como el amor, el éxtasis, el temor, y la posterior representación de aquellas en el plano espacio / tiempo.
Sin embargo, la inquietud por la imagen en movimiento se remonta a sus años en Antofagasta. Allí realizó documentales sobre las costumbres, fiestas populares y el paisaje del Norte Grande en película de 8mm –de los que lamentablemente no existe registro, pues las copias fueron incautadas por militares en el contexto de la dictadura de Pinochet–, como parte de las experiencias académico-artísticas de conocimiento y reconocimiento de/en la cultura local nortina, que llevó a cabo junto a sus estudiantes de arte y a los arqueólogos antofagastinos.
Por supuesto, la animación, este nuevo medio, le permitió a Hernando León continuar su investigación técnico-estética en torno a lo gráfico. Sus piezas animadas no dejan de insistir en la reflexión respecto al dibujo como vehículo para analizar la forma, el espacio y las relaciones entre ambos. También para seguir pensando en y experimentando con la fotografía y los diálogos que puede producir con el dibujo y la pintura. Es decir, León concibe a la animación como aquel soporte que una vez más reactiva en él y en su obra la pregunta de su vida artística: la gráfica.
No es de extrañar, entonces, que luego de concluir su trabajo docente en 1992, recordara esa última enseñanza de Pettoruti: regresar a la tierra natal a contribuir con el desarrollo cultural. Es así como en 1997 fundó el Museo Internacional de la Gráfica de Chillán.
Felipe Baeza Bobadilla
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